lunes, 23 de junio de 2014

TRABAJO ACADÉMICO: LA PREVENCION DE LA VIOLENCIA DE GENERO Y LA PRENSA ESCRITA EN ESPAÑA




"Qué maravillosos sería que nadie esperara ni un sólo instante para empezar a mejorar el mundo". Ana Frank


"La obra de caridad más propia de nuestro tiempo: no publicar libros superfluos". Ortega y Gasset



"Sábete Sancho que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro". Cervantes



"Quand tout se fait petit, femmes, vous restez grandes". Victor Hugo



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Autor: Prof. Dr. mult. Dr.h.c. mult. José Gesto Rodríguez, Lord of the manor of Leckhampstead, Consejero Privado, Abril 2014





La prevención de la violencia de género y la prensa escrita en España.


resumen: En el presente trabajo se desarrolla un análisis del modo en que ha sido tematizada históricamente la violencia de género en la prensa escrita española y de los principales cambios que pueden observarse en su tratamiento en los últimos años, teniendo en cuenta el creciente reconocimiento de esta problemática a nivel nacional y continental así como el marco regulatorio que brinda la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género.
El objetivo de este análisis es evaluar la evolución en el tratamiento de la violencia de género en la prensa escrita española en dos sentidos: por un lado, examinando si existe una violencia simbólica en las representaciones sociales de lo femenino que la prensa escrita construye y reproduce; por otro lado, evaluando el tratamiento específico de los actos de violencia de género en la construcción de las noticias.
Para ello se realiza un relevo de las principales investigaciones realizadas a nivel nacional e internacional acerca de la representación de los géneros y de la violencia de género en los medios de comunicación y, más específicamente, en la prensa escrita española. Finalmente, se desarrollan algunas ideas y propuestas sobre el rol que puede jugar la prensa escrita española en la prevención de la violencia de género en España, atendiendo al rol de los medios de comunicación como agentes de socialización y formadores de representaciones sociales





sumario







Introducción.


La violencia de género es una problemática social histórica y extendida a nivel mundial, cuya gravedad se ha puesto de manifiesto en las últimas décadas obligando a los distintos gobiernos, instituciones y organismos internacionales a pensar medidas que permitan solucionar y prevenir esta problemática. Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, la violencia contra la mujer en la familia es la primera causa de muerte e invalidez en mujeres de 16 a 44 años de la Unión Europea, por encima del cáncer y los accidentes de tráfico. Estos números la sitúan como uno de los problemas sociales que demandan solución con mayor urgencia dentro del ámbito continental (Vallejo Rubinstein, 2005)
En nuestro país la situación no es diferente. Según datos del Ministerio del Interior, entre 1997 y 2001 murieron en España 199 mujeres a manos de sus parejas o ex parejas, cifra que se eleva a 360 según las Asociaciones de mujeres. A su vez, las cifras de la macroencuesta sobre violencia de género del Instituto de la Mujer del año 2000 muestran que 1.865.000 mujeres españolas mayores de edad declararon haber sido maltratadas durante el año 1999, mientras que 640.000 mujeres más admiten haber sufrido frecuentemente agresiones físicas o psíquicas por parte de sus parejas (Vallejo Rubinstein, 2005).
Durante siglos, esta notable violencia contra la mujer estuvo invisibilizada a nivel social. La fuerte desigualdad en las relaciones de género que rigieron (y todavía rigen) las relaciones sociales hegemónicas a nivel internacional contribuyeron a naturalizar este fenómeno, que no formaba parte de las preocupaciones sociales e incluso no era representado como un problema.
En las últimas décadas, esta situación cambió considerablemente. Durante los años `70, los movimientos feministas hicieron grandes esfuerzos por poner dentro de la agenda social las reivindicaciones de género logrando visibilizar por primera vez las grandes desigualdades que atravesaban de manera estructural las relaciones sociales entre hombres y mujeres. Este primer impulso se cristalizó luego, en la década del `80, en la creación de distintos organismos e instituciones de mujeres que comenzaron a desarrollar una acción más sistemática de cuestionamiento y visibilización de las problemáticas de género, convirtiéndose en actores sociales cada vez más relevantes a nivel mundial.
Ya en la década del `90, los Organismos Internacionales se hicieron eco de estas acciones y comenzaron a trabajar la desigualdad y la violencia de género a gran escala, estudiando la problemática, estableciendo declaraciones, proponiendo marcos regulatorios para los distintos países y promoviendo campañas de visibilización y concientización social. La Cumbre de la Mujer de Beijing, celebrada en septiembre de 1995, constituye un momento decisivo en el tratamiento de esta problemática a nivel internacional. A su vez, gran parte de los debates allí desarrollados cobran vida a nivel continental con la declaración del año 1999 como el año europeo contra la violencia de género, durante el cual los 15 miembros de la Unión Europea impulsan una campaña conjunta contra esta problemática social.
En España, desde comienzos del siglo XXI se promulgaron leyes que contenían medidas destinadas a prevenir y combatir la violencia de género. Podemos mencionar entre ellas la Ley Orgánica 11/2003 de Medidas Concretas en Materia de Seguridad Ciudadana, Violencia Doméstica e Integración Social de los Extranjeros; la Ley Orgánica 15/2003 por la que se modifica la Ley Orgánica 10/1995 del Código Penal; o la Ley 27/2003 reguladora de la Orden de Protección de las Víctimas de la Violencia Doméstica; así como diversas leyes locales aprobadas por distintas Comunidades Autónomas.
Sin embargo, es con la promulgación de la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género cuando se realiza un verdadero avance legislativo en el país. Mediante esta Ley se intenta por primera vez proporcionar una respuesta global a la violencia de género, trabajando simultáneamente los aspectos preventivos, educativos, sociales, asistenciales y de atención posterior a las víctimas, la normativa civil que incide en el ámbito familiar o de convivencia donde principalmente se producen las agresiones, y la respuesta punitiva que deben recibir todas las manifestaciones de violencia contra las mujeres. 
Uno de los aspectos más interesantes de esta Ley es que la misma conceptualiza la violencia de género principalmente como un problema social y cultural que trasciende el ámbito privado. En base a esta caracterización, la Ley Orgánica 1/2004 pone el acento especialmente en lo que podríamos denominar “prevención primaria”, atendiendo a la necesidad de modificar los patrones de socialización de la población española para desarticular aquellos estereotipos sociales asociados al género que funcionan como una ideología legitimadora de la violencia contra las mujeres.
Es en este marco donde cobra especial relevancia el rol de los medios de comunicación como agentes de socialización y formadores/reproductores de representaciones sociales que influyen en el modo en que las personas conceptualizan la realidad. En efecto, los medios de comunicación masivos cumplen hoy un rol tan importante como la escuela o la familia en los procesos de socialización por medio de los cuales las personas interiorizan valores y pautas culturales que les permiten incorporarse a la sociedad.
En este marco, los medios juegan un papel muy importante en la construcción y reproducción de representaciones sociales, entendidas como aquellos sistemas de valores, creencias y prácticas construidas y transmitidas socialmente, que permiten a los individuos dotar de sentido a la realidad social y orientar sus acciones cotidianas (Moscovici, 1984). Dentro de estas representaciones, podemos encontrar aquellas que se asocian a lo femenino y lo masculino y que forman parte del orden simbólico que rige nuestra sociedad.
Ahora bien, en el marco de las relaciones sociales desiguales entre los géneros, podemos decir que las representaciones sociales hegemónicas ejercen una violencia simbólica contra las mujeres, en la medida en que reproducen imágenes de lo femenino tendientes a legitimar y justificar todas las otras formas de desigualdad y violencia que sufren cotidianamente las mujeres.
Históricamente, el rol que los medios de comunicación han jugado en la construcción de representaciones sociales de género ha tendido a la reproducción de estas desigualdades de género, reforzando los estereotipos que legitiman la violencia contra las mujeres. Este hecho fue reconocido por primera vez en el año 1980 por la ONU y posteriormente fue ratificado en 1995 durante el Segundo Informe y Evaluación de las Estrategias de Nairobi (Portillo Cancino y otros; 2009: 1).
La mayoría de los estudios nacionales e internacionales muestran que, al menos hasta la década del ’90, los medios de comunicación mostraban dos tendencias fuertes a la hora de construir representaciones sociales sobre lo femenino: la “aniquilación simbólica de la mujer” (Tuchmann, 1978) entendida como el proceso de invisibilización de las mujeres como actores sociales relevantes en la esfera pública; y la construcción de estereotipos de lo femenino tendientes a reforzar y prolongar las desigualdades entre hombres y mujeres (Soriano,J., Canton, M.J. y Díez, M. 2005; Blanco Castilla, E. 2005; García de Cortázar, M. y García de León M.A., 2000; Van Zoonen, L., 1991; Gallego, J., 2000).
A esto se le suma el hecho de que durante años la tematización de los hechos de violencia de género en los medios de comunicación nacionales e internacionales tendió a ser escasa y principalmente sensacionalista, jerarquizando aquellas noticias más espectaculares, invisibilizando la violencia cotidiana ejercida contra las mujeres en el ámbito doméstico, e incluso en muchos casos justificando las agresiones hacia las mujeres en lo incontrolable de las pasiones masculinas o bien en rasgos negativos de las víctimas femeninas (Stanko; 1990;  Benedict, 1992; Carter y otros, 1998; Fernández Díaz, 2003).
El caso de la prensa escrita en España no es diferente: diversos estudios muestran que históricamente la prensa tendió simultáneamente a sobre-representar la presencia masculina en relación con la presencia femenina y a construir y reproducir estereotipos de género tendientes a reforzar la imagen de la mujer como un ser inferior al hombre (Guerra, 1994; Gallego y otros, 1998).
Teniendo en cuenta esto, en el presente trabajo hemos decidido realizar un recorrido y un análisis teórico a partir del relevo de diversos trabajos de campo desarrollados a nivel internacional y nacional. El objetivo principal de este análisis es estudiar con mayor profundidad el modo en que la violencia de género fue trabajada históricamente por los medios de comunicación así como los cambios que se han producido en las últimas décadas, especialmente en la prensa escrita española.
Nos interesa evaluar concretamente hasta qué punto el reconocimiento que ha recibido la problemática de género en nuestro país en las últimas décadas, así como la promulgación de la Ley Orgánica 1/2004, ha generado una transformación en el modo en que la prensa escrita española tematiza la violencia de género en un doble sentido: por un lado, en el tratamiento explícito de las noticias o temáticas vinculadas con hechos de violencia hacia las mujeres; y por otro en el modo en que los periódicos construyen representaciones sociales de lo femenino, para evaluar si mediante estas construcciones se ejerce o no una violencia simbólica de género que pueda actuar como marco de legitimación de la violencia directa.
A partir de este análisis, el horizonte del presente trabajo consiste en elaborar algunas conclusiones acerca del rol de la prensa escrita española en la prevención de la violencia de género, detallando el marco legislativo que brinda la Ley Orgánica 1/2004 y evaluando simultáneamente los avances realizados hasta el momento y aquellos desafíos que aún quedan pendientes.

La importancia del lenguaje asociado a las problemáticas de género


El concepto de género.

El término “identidad de género” fue acuñado por Robert Stoller (1964) en un estudio acerca de los trastornos de identidad sexual de aquellas personas en las cuales la asignación del sexo falla por la confusión de los aspectos externos de sus genitales. En su investigación, Stoller comprobó que el peso y la influencia de las asignaciones socioculturales realizadas a través de ritos y costumbres, así como la experiencia personal y la socialización de los individuos, eran los factores que determinaban su identidad y su comportamiento femenino o masculino, y no el sexo biológico como se había creído hasta entonces. A partir de este descubrimiento, Stoller propuso la distinción conceptual entre el sexo –que refiere a los rasgos fisiológicos y biológicos del ser macho o hembra- y el género –concebido como la construcción social de esas diferencias sexuales.
Esta nueva noción, utilizada en el campo anglosajón desde la década del `70, constituye hoy uno de los aportes más significativos –y también más polémicos- de los estudios abocados a las problemáticas vinculadas con la desigualdad entre hombres y mujeres. Joan W. Scott, pionera en la defensa de este término, publicaba a fines de la década del `80 un artículo titulado Género: una categoría útil para el análisis histórico en el cual explicaba la importancia de esta conceptualización:
En su uso más reciente, “género” apareció por primera vez entre las feministas americanas que deseaban insistir en la cualidad fundamentalmente social de las distinciones basadas en el sexo. La palabra denotaba un rechazo del determinismo biológico implícito en el uso de términos como “sexo” o “diferencia sexual”. (…) De acuerdo con esta perspectiva, mujeres y hombres se definían en relación mutua, y no podía alcanzarse una comprensión de ninguno de los grupos mediante un estudio por separado (Scott, 1988: 29)[1].

Efectivamente, la categoría de género se distingue de otros vocablos de la teoría feminista precisamente porque permite distinguir la diferencia biológica de sexo de la construcción cultural que asocia a esa diferencia física una identidad determinada.
Estableciendo esta distinción entre el plano biológico y el social-cultural, la noción de género permite denunciar que las diferencias físicas que hacen a la distinción entre los sexos no son las que definen las características atribuidas de manera social y cultural a lo masculino y lo femenino, evidenciando el carácter no-dado de estas representaciones sociales. A su vez, permite poner al descubierto que la jerarquización de lo masculino por sobre lo femenino es también un proceso sociocultural que no tiene nada que ver con superioridades o inferioridades naturales.
El concepto de género puede definirse como el conjunto de creencias, rasgos personales, actitudes, sentimientos, valores, conductas y actividades que diferencian a hombres y mujeres a través de un proceso de construcción social que tiene varias características. En primer lugar es un proceso histórico que se desarrolla a diferentes niveles tales como el Estado, el mercado de trabajo, las escuelas, los medios de comunicación, la ley, la familia y a través de las relaciones interpersonales. En segundo lugar, este proceso supone la jerarquización de estos rasgos y actividades de tal modo que a los que se definen como masculinos se les atribuye mayor valor (Benería, 1987: 46).

Desde un análisis antropológico, Lamas (2002: 22-55) sostiene que los papeles asignados a hombres y mujeres desde la construcción social del género, originados en una división del trabajo supuestamente fundada en una diferencia biológica, son los que realmente definen la diferente participación de los hombres y de las mujeres en las instituciones sociales, económicas, políticas y religiosas, incluyendo las actitudes, valores y expectativas que una sociedad determinada asigna a lo femenino y lo masculino. La diferencia fundamental no está dada por las distinciones biológicas o físicas, sino precisamente por esta construcción social-cultural. En esta misma perspectiva, el hecho de que los sexos tengan una asignación diferencial en la niñez y ocupaciones distintas en la edad adulta es lo que explica las diferencias observables en el temperamento.
La perspectiva de género considera entonces que el proceso de socialización para los niños y las niñas contiene esquemas diferentes y, por este motivo, existen diferencias entre sexos tanto en la personalidad como en el comportamiento adulto (Papí Gálves, 2003: 197). De este modo, el concepto de género permite desnaturalizar las representaciones y roles sociales atribuidas a hombres y mujeres mostrando que se trata de algo socialmente construido y, por lo tanto, susceptible de cuestionamiento y transformación.
En este sentido, el género puede concebirse como una construcción simbólica e imaginaria que comporta los atributos asignados a las personas a partir de la interpretación cultural de su sexo: distinciones biológicas, físicas, económicas, sociales, psicológicas, eróticas, afectivas, jurídicas, políticas y culturales impuestas. A su vez, la sexualidad se vive en función de una condición de género que delimita las posibilidades y potencialidades vitales, constituyendo entonces el orden de género como un orden de poder dentro del cual las mujeres han sido históricamente las menos favorecidas en las relaciones sociales (Hernández García, 2006: 13)
Ahora bien, si analizamos la noción de género desde una perspectiva psicológica, podemos observar que estas categorías sociales y culturales son internalizadas a modo de identidades por los individuos en su proceso de socialización. En la construcción del género se articulan de este modo tres instancias básicas, que funcionan como elementos creadores de la personalidad: la asignación de género al momento de nacer a partir de la apariencia externa de los genitales; la identidad de género que se establece desde la infancia y que estructura la experiencia vital del individuo, haciéndolo identificarse en todas sus manifestaciones (sentimientos, juegos, actitudes, etc.) como perteneciente a un determinado grupo (femenino o masculino); el papel de género que se configura como el conjunto de normas implícitas sociales y culturales acerca de los comportamientos femeninos y masculinos (Turbert, 2003: 106-108). 
Desde hace varias décadas, la noción de género se ha extendido en el campo de la investigación académica y actualmente los teóricos abocados a los estudios de mujeres reclaman la introducción de una perspectiva crítica de género en todas las disciplinas e instancias que tengan como objeto de estudio algún aspecto del mundo social. Las razones de esta demanda están fundadas en el hecho de que el género (y más aún, el sistema de desigualdad y discriminación por género que rige nuestras sociedades contemporáneas) puede considerarse un factor de organización social de carácter estructural, lo que convierte a la perspectiva de género en una dimensión imprescindible a la hora de analizar cualquier fenómeno social de manera integral (Vallejo Rubinstein, 2005: 90).

La violencia de género.

Otro término controversial dentro del campo que nos ocupa es la denominación “violencia de género”. Esta categoría, defendida por la mayor parte de los autores de la teoría feminista y de los estudios sobre mujeres, ha sido muy criticada en países de habla hispana debido a que se trata de un término extraño e “importado” del lenguaje anglosajón. Para esta corriente crítica, el término debería ser remplazado por la noción de “violencia contra las mujeres” o “violencia sexista” (incluso en algunos casos se utiliza como sinónimo de “violencia doméstica”) con el objetivo de evitar la proliferación de una noción que resulta confusa y poco habitual entre las personas de habla hispana.
Efectivamente, la conceptualización de la violencia de género es deudora de la noción de género –gender- provieniente del ámbito anglosajón y promovida por las feministas angloparlantes durante las décadas del `60 y `70. Su aceptación y extensión a los estudios de habla hispana se produce a partir de la Cumbre de la Mujer de Beijing, celebrada en septiembre de 1995, donde fue aceptado el concepto a nivel internacional como una denominación común que permite referirse de manera unívoca a los comportamientos y roles sociales que se le atribuyen a hombres y mujeres (Vallejo Rubinstein, 2005: 28). Posteriormente, con la declaración del año 1999 como el año europeo contra la violencia de género, su uso se popularizó en Europa a partir de la realización de campañas de prevención en los quince países miembros de la Unión Europea.
Sin embargo, para quienes defienden su uso, la “extrañeza” del término constituye una desventaja menor en relación con la claridad que brinda la noción de violencia de género a la hora de caracterizar el origen cultural y social de este fenómeno social. La ausencia de un término en español que permita identificar de manera tan clara que la asignación sociocultural de determinados roles de género es el origen de esta violencia justifica para sus defensores la adopción de este anglicismo.
Se trata de una variable teórica esencial para comprender que no es la diferencia entre sexos la razón del antagonismo, que no nos hallamos ante una forma de violencia individual que se ejerce en el ámbito familiar o de pareja por quien ostenta una posición de superioridad física (hombre) sobre el sexo más débil (mujer), sino que es consecuencia de una situación de discriminación intemporal que tiene su origen en una estructura social de naturaleza patriarcal. El género se constituye así en el resultado de un proceso de construcción social mediante el que se adjudican simbólicamente las expectativas y valores que cada cultura atribuye a sus varones y mujeres. Fruto de ese aprendizaje cultural de signo machista, unos y otras exhiben los roles e identidades que le han sido asignados bajo la etiqueta del género. De ahí, la prepotencia de lo masculino y la subalternidad de lo femenino. Son los ingredientes esenciales de ese orden simbólico que define las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, origen de la violencia de género (Maqueda Abreu, 2006: 2).

Desde esta perspectiva, la violencia de género no puede confundirse con ningún otro tipo de violencia interpersonal. No se trata de un problema de índole privado como pareciera indicar la denominación “violencia doméstica” que relega el peso de la sociedad ocultándolo en la conflictividad hogareña. Tampoco es simplemente una “violencia contra las mujeres” ejercida por cualquier motivo (económico, político, religioso, etc.) sino que es una violencia que se ejerce hacia lo femenino en tanto tal. Por último, tampoco se trata de una “violencia sexista”, pues como hemos visto la noción de “sexo” remite al aspecto biológico o físico de la diferencia sexual, mientras que la violencia está determinada por la desigualdad socio-cultural entre los hombres y las mujeres.
De acuerdo con la Declaración de la IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres celebrada en Beijing en 1995, la violencia de género es una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres, que han conducido a la dominación de la mujer por el hombre, la discriminación contra la mujer y a la interposición de obstáculos contra su pleno desarrollo. Esta violencia surge de pautas culturales, en particular de los efectos perjudiciales de algunas prácticas tradicionales o consuetudinarias y de todos los actos de extremismo relacionados con la raza, el sexo, el idioma o la religión, que perpetúan la condición inferior que se asigna a la mujer en la familia, el lugar de trabajo, la comunidad y la sociedad (Informe de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la mujer, 1995: 52).
Teniendo en cuenta esto, podemos decir que la violencia de género es una manifestación de relaciones de poder que no puede circunscribirse a la violencia física. Se trata de un fenómeno social enraizado en las relaciones de poder desiguales que se han establecido entre hombres y mujeres histórica y culturalmente.
Como tal, la violencia de género supone la articulación de toda una serie de “violencias” que van desde la violencia simbólica que construye los cuerpos asignándoles determinadas identidades culturales hasta esa violencia física más visible que amenaza a las mujeres por el mismo hecho de serlo (Plaza Velazco, 2007: 2). De acuerdo con esta concepción, Sonia Reverter (2003) define la violencia como un círculo formado por la violencia directa (física), la violencia estructural (en las estructuras sociales) y la violencia cultural-simbólica.
Siguiendo a Bourdieu (1999: 173) podemos definir la violencia simbólica como “esa violencia que arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en unas “expectativas colectivas”, en unas creencias socialmente inculcadas”. Este aspecto de la violencia hacia lo femenino, que trasciende la violencia física o estructural porque es su condición de posibilidad, es el que sólo puede comprenderse mediante la categoría “violencia de género”.
A nuestro entender, las demás nociones (violencia contra las mujeres, violencia sexista, violencia machista, violencia familiar o doméstica, etc.) no permiten dar cuenta de este aspecto simbólico que funciona como organizador de las representaciones culturales y sociales en las cuales se funda aquello que llamamos violencia de género.
Es por eso que si queremos analizar el tratamiento de la violencia de género en la prensa escrita en España debemos dar cuenta de una serie de fenómenos paralelos y complementarios. Evidentemente, debemos estudiar aquellas investigaciones que analizan el modo en que son construidas las noticias sobre violencia de género en la prensa escrita española. Pero paralelamente es necesario también que presentemos atención al modo en que la prensa escrita forma y reproduce determinadas representaciones sociales sobre lo femenino y lo masculino, ejerciendo en muchos casos una violencia simbólica sobre la mujer.
Este aspecto es fundamental porque esta violencia simbólica desarrollada a nivel social es la que logra crear y perpetuar representaciones sociales sobre lo femenino y lo masculino que luego funcionan como motores de otros tipos de violencia. La violencia cultural-simbólica es aquella que legitima y justifica la violencia directa y la violencia estructural, garantizando su reproducción. Desde distintos ámbitos de la vida cultural (religión, arte, medios de comunicación, escolarización, etc.) se contribuye a los procesos de socialización (construcción de las subjetividades y las identidades de las personas) en los cuales aparece muchas veces este tipo de violencia, enraizada en formas de representación de lo femenino y lo masculino que mantienen una determinada jerarquización social, construyendo estereotipos que organizan el pensamiento social y condicionan la acción.

La violencia del lenguaje. Debate en la prensa escrita española acerca del uso de la noción de género.

Existe una relación estrecha entre la violencia simbólica y el lenguaje. Como señala Plaza Velasco (2007) tanto el lenguaje como las representaciones sociales son instrumentos extremadamente poderosos a la hora de establecer roles sociales y, por ende, pueden servir para legitimar, naturalizar o bien cuestionar las desigualdades.
En este sentido, las polémicas existentes en el ámbito de las ciencias sociales acerca de cuál es el término más adecuado para nombrar las desigualdades entre hombres y mujeres, o bien denunciar las problemáticas y la violencia que padece la mujer, están teñidas necesariamente por cuestiones ideológico-políticas acerca de cómo se conceptualiza la realidad social. Como hemos visto en el apartado anterior, no es lo mismo nombrar un hecho como un acto de violencia de género o un acto de violencia doméstica: en cada caso, el lenguaje funciona como un medio para poner de relieve ciertos aspectos de la problemática soslayando otros.
En consecuencia, nos parece especialmente relevante dar cuenta del debate que tuvo lugar en la prensa española en el año 2004, a propósito de la aprobación de la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. La polémica suscitada entre quienes atacaban y quienes defendían la noción de género para dar cuenta de la problemática social vinculada con la desigualdad entre hombres y mujeres no es simplemente una disputa lingüística: como veremos, en ambas posturas se hayan implicadas dos maneras muy diferentes de entender y encarar el problema.
El día 28 de Mayo de 2004, se publicó en el diario El País una nota en la cual se exponían los resultados de un estudio realizado por la Real Academia Española en la cual esta institución proponía al Gobierno Español que la Ley Integral contra la Violencia de Género se denominara “Ley Integral contra la Violencia Doméstica o por Razón de Sexo”. Las razones de esta recomendación se fundaban en el hecho de que, según la RAE, la palabra género en castellano significa “conjunto establecido en función de características comunes” o bien “clase o tipo”. En este sentido, se argumentaba que en los países de habla hispana la palabra utilizada para designar “la condición orgánica, biológica, por la cual los seres vivos son masculino o femenino” era la palabra “sexo” (RAE, 2004).
Debemos decir al respecto que este estudio de la Real Academia Española adolece, intencionalmente o no, de un desconocimiento importante de toda la producción de habla hispana en el campo de los estudios de mujeres, estudios feministas y en las ciencias sociales en general. Como hemos visto en el apartado anterior, si bien es cierto que el término género tiene un origen anglosajón, al menos desde 1995 su utilización en el ámbito académico y teórico de habla hispana ha sido ampliamente extendida. En este marco, más allá de que la definición de diccionario del término género no concuerde con este uso, lo cierto es que el lenguaje vivo como fuente de significación social habilita sobradamente su utilización en este contexto.
Por otra parte, la palabra que la RAE brinda como opción –es decir, la noción de “sexo”- tiene una definición que no es intercambiable por la de género a la hora de dar cuenta de la violencia sufrida por las mujeres en nuestra sociedad. Como hemos visto, el sexo remite justamente a la diferencia biológica entre machos y hembras en función de sus genitales, mientras que la noción de género permite hacer referencia a la construcción social de representaciones culturales e ideológicas asociadas a lo femenino y lo masculino, que no tienen nada de naturales. Sustituir la noción “violencia de género” por “violencia doméstica o violencia por razones de sexo” implica, precisamente, perder esta referencia al origen socio-cultural de dicha violencia que para muchos teóricos es el eje de la problemática.
Este es el análisis más o menos desarrollado por Josebe Egía en un artículo periodístico publicado en Gara el 14 de Junio de 2004, en el cual se explica justamente el elemento distintivo que aporta la noción de “violencia de género”:
 “Por género se entiende una construcción simbólica que alude al conjunto de atributos socioculturales asignados a las personas a partir del sexo y que convierten la diferencia sexual en desigualdad social” (Egía, 2004: 18).

En este artículo, Egía señala además que el consejo de la RAE es indudablemente el “fruto de un gran desconocimiento y desinterés por todas las discusiones políticas, sociales y económicas de las últimas dos décadas en materia de feminismo (Egía, 2004: 18).
Otra respuesta a la posición de la RAE que se elabora en este mismo sentido es la que se encuentra en un artículo titulado “El género y la Academia”, escrito por Tere Maldonado y publicado por El País el 27 de junio de 2004. Allí la autora desarrolla nuevamente la diferencia de significado entre la noción biológica y orgánica de “sexo” y el concepto de “género” que tiene un origen social. También señala que el hecho de que la Real Academia Española desconozca el uso de este término en el marco de la teoría feminista es síntoma, de algún modo, de nuestra escasa conciencia social sobre el tema:
“Algún día nadie medianamente culto podrá no conocer, así sea grosso modo, la Teoría Feminista, como hoy nadie deja de conocer mínimamente los planteamientos del marxismo o el liberalismo. Lo contrario produce y producirá rubor epistemológico” (Maldonado, 2004: 6).

Esta idea de que la posición de la RAE da cuenta de una falta de conciencia social sobre las problemáticas de género parece confirmarse si tenemos en cuenta un artículo publicado el día 7 de Julio de 2004 en el Diario Vasco, en el cual Santiago González se pregunta: ¿por qué lo llaman género cuando quieren decir sexo?
En este artículo, no sólo se desconoce y se minimiza la diferencia que existe entre la noción de sexo y el concepto de género, sino que además se hacen muchísimas alusiones a elementos que precisamente tienen que ver con una ideología cargada de estereotipos, prejuicios y costumbres que abonan la desigualdad de géneros, como por ejemplo los prostíbulos.
“Violencia de género, ¿es una expresión sinónima de violencia genérica? ¿Entrarán a partir de ahora la Viagra o las cremas espermicidas y anovulatorios con marca dentro del concepto de medicamentos genéricos? La identifi cación del género con el sexo ofrece nuevas y fascinantes perspectivas al lenguaje coloquial. “Mira cómo tengo el género”, susurrará el novio a la novia, mientras conduce la mano de ella hasta el termómetro de su pasión. Los prostíbulos que se respeten colgarán un aviso con la leyenda: “Se recuerda a los distinguidos clientes la norma vigente en este club: “Está prohibido manosear el género en el salón” (Gonzalez, 2004: 23).

Quizás la mejor respuesta a esta posición, que no sólo peca de ignorancia sino que también resulta peligrosa en su desdén hacia los problemas de género, es el artículo publicado por El Diario Vasco el 22 de Julio de 2004, escrito por la historiadora y feminista Katy Gutierrez. En él la autora hace referencia, en primer lugar, a la verdadera gravedad de la violencia de género que es minimizada en el artículo anterior:

“Casi cada día nos estremecemos ante un nuevo crimen. Los medios de comunicación nos martillean repetidamente con el espanto que provocan los reiterados casos de violencia contra mujeres. Homicidios o agresiones cada vez más crueles, con víctimas de toda edad y condición, delante de niños, que, para mayor horror, muchas veces acaban también siendo ellos víctimas de la furia destructora” (Gutiérrez, 2004: 25).

En este marco, sostiene que el primer error es consultar a la Real Academia Española sobre la pertinencia de los términos utilizados, pues dicha institución podrá ser autoridad en términos lingüísticos pero no está capacitada para dictaminar en temas sociales.
Posteriormente, defiende el uso de la noción de género explicando que los géneros son construcciones sociales, mutantes superficialmente pero con raíces profundas en la historia, raíces basadas en las diferencias de sexo pero sobre todo en los diferentes roles sociales atribuidos a cada sexo. Atender a esta dimensión cultural y social del problema –que está relacionada con el lenguaje que se utiliza para nombrarlo- es, según este artículo, tarea de todos los ciudadanos y especialmente de los políticos y los medios de comunicación (Gutiérrez, 2004: 25).

Representaciones sociales y género: la violencia simbólica de los medios de comunicación.


La violencia simbólica y las representaciones sociales

Para entender la violencia simbólica que está profundamente asociada a la violencia de género hemos recurrido en el apartado anterior a la noción de “representaciones sociales”, que nos permite dar cuenta del modo en que la sociedad – y dentro de ella los grupos sociales- construyen la imagen de lo femenino y lo masculino.
El concepto de representación social es relativamente nuevo en el campo de las Ciencias Sociales. Según José Luis Álvaro (2009), esta noción  debe su elaboración conceptual y formulación teórica a Serge Moscovici. Este autor caracteriza a las representaciones sociales como un conjunto de conceptos, declaraciones y explicaciones originadas en la vida cotidiana, en el curso de las comunicaciones interindividuales, que equivalen en nuestra sociedad a los mitos y sistemas de creencias de las sociedades tradicionales, constituyendo la versión contemporánea del sentido común (Moscovici, 1981).
Hace referencia a un tipo específico de conocimiento que juega un papel trascendental en cómo la gente piensa y organiza su vida. De acuerdo con esta concepción, podemos definir a las representaciones sociales del siguiente modo:
 “Sistema de valores, ideas y prácticas que tienen una doble función: en primer lugar establecer un orden que permita a los individuos orientarse en su mundo social y material y dominarlo; en segundo término, permitir la comunicación entre los miembros de una comunidad, aportándoles un código para el intercambio social y un código para dominar y clasificar de manera inequívoca los distintos aspectos de su mundo y de su historia individual y grupal” (Moscovici, 1979: 145).

Siguiendo esta idea, podemos observar que las representaciones sociales se conforman como modalidades de pensamiento práctico orientadas hacia la comunicación, la comprensión y el dominio del entorno social, tanto material como simbólico (Jodelet, 1986: 474-475). Estas formas de pensar y crear la realidad social están constituidas por elementos de carácter simbólico ya que no son sólo formas de adquirir y reproducir el conocimiento, sino que tienen la capacidad de dotar de sentido a la realidad social. Su finalidad es la de transformar lo desconocido en algo familiar (Alvaro, 2009).
En tanto que fenómenos, las representaciones sociales se presentan bajo formas variadas, más o menos complejas. Imágenes que condensan un conjunto de significados; sistemas de referencia que nos permiten interpretar lo que sucede, e incluso, dar un sentido a lo inesperado; categorías que sirven para clasificar las circunstancias, los fenómenos y a los individuos con quienes tenemos algo que ver; teorías que permiten establecer hechos sobre ellos. Y a menudo, cuando se les comprende dentro de la realidad concreta de nuestra vida social, las representaciones sociales son todo ello junto (Jodelet, 1986: 472).

Las representaciones sociales se constituyen así como sistemas de códigos, valores, lógicas clasificatorias, principios interpretativos y orientadores de las prácticas que funcionan como un sistema de referencia que permite dar significado a los hechos. Se las concibe como un conocimiento social precisamente porque en su construcción y transmisión juegan un papel importante el contexto concreto en que se sitúan los individuos, la comunicación que establecen entre sí, el marco histórico-cultural en que se da dicha interacción y el código necesario para la misma (Jodelet, 1986).
Como hemos visto, hasta los años `70 la feminidad y la masculinidad eran consideradas un correlato de la división binaria de los genitales, proveniente de la biología. Gracias a la extensión de la noción de género como categoría de análisis, la feminidad y la masculinidad pueden ser pensadas como representaciones sociales cargadas con un conjunto de normas, valores, atributos y comportamientos asignados desde el orden social.
A partir de entonces, se han comenzado a estudiar los múltiples significados atribuidos a lo femenino y lo masculino, así como los procesos a través de los cuales se transmiten y se interiorizan psicológicamente estos modelos normativos. Según García-Mina Freire (2003) los modelos de masculinidad y feminidad son como moldes vacíos que cada sociedad rellena con una serie de normas actitudes, roles, creencias, estereotipos y comportamientos previamente elegidos en el amplio abanico de posibilidades que contiene el contexto social.
Estos modelos definen la vida de las personas a través de una normativa que apunta los derechos y deberes, prohibiciones y privilegios que cada uno tiene por pertenecer a uno u otro sexo. Puede haber una variación del contenido en función del contexto étnico, religioso y socioeconómico. Sin embargo, se observa con frecuencia en casi todas las culturas el hecho de que el modelo de masculinidad es más valorado y goza de mayor prestigio social que el modelo asignado a las mujeres.
Ahora bien, quizás el elemento más importante a la hora de analizar las representaciones sociales es que las mismas no solo determinan la acción de los grupos sociales ante determinados individuos o fenómenos, sino que también pueden generar cambios de acciones y producir nuevos comportamientos, construir y constituir nuevas relaciones con cada objeto de representación.
“las representaciones actúan como un marco de referencia en función del cual los individuos definen objetos, comprenden situaciones, planifican sus acciones, etc. Es decir, funcionan como organizadores del pensamiento y la acción, condicionando las relaciones de los sujetos entre sí y con la tarea, e influyen en los procesos de cambio de las relaciones” (Souto, 1993: 285-286)

En este marco, es importante señalar que nuestras representaciones sociales acerca de lo femenino y lo masculino determinan (y pueden modificar) la toma de postura ante todas las problemáticas sociales asociadas a las relaciones de género, dado que nuestras acciones y reacciones se encuentran íntimamente ligadas al modo en que concebimos estas categorías socioculturales.  

El rol de los medios de comunicación en la formación y reproducción de representaciones sociales

Podemos definir a la socialización como un proceso mediante el cual una persona interioriza pautas culturales, normas y valores sociales que permiten su inserción dentro de un determinado grupo social y en el conjunto de la sociedad. Cada período histórico tiene formas específicas de socialización que están vinculadas con su contexto social, económico y político (Williams, 1980). Además de la familia y la escuela, actualmente podemos considerar a los medios masivos de comunicación como agentes que intervienen en la socialización de las personas y que tienen una fuerte presencia en su vida cotidiana.
Los medios de comunicación, como agentes socializadores, son entonces canales por los cuales circulan y se reproducen distintas representaciones sociales, entendidas como aquellos mecanismos articuladores altamente significativos que van constituyendo los imaginarios de una sociedad y una cultura determinadas (Cebrelli y Arancibia, 2010:1).
Para la  teoría de las representaciones sociales, en los contenidos de los medios se reproducen modelos de organización social que son presentados en forma de normas, valores, roles, sanciones, etc., aparentemente neutrales o naturales. Estas construcciones tienen una función social, pues las personas incorporan estas representaciones emitidas desde los medios en la construcción de sus propias miradas del mundo que a su vez guían su comportamiento. (De Fleur, 1994). 
Ahora bien, los medios de comunicación no son espacios neutrales que funcionan como foros para el encuentro y el debate de todos los actores sociales. Es necesario comprender que las representaciones sociales que circulan en los medios de comunicación están vinculadas con intereses –sociales, económicos, políticos- y objetivos explícitos o implícitos que se plasman en estas significaciones (Eilders, 2000).
En este marco, la relevancia de los medios de comunicación no está simplemente ligada a su capacidad de transmitir las representaciones ya circulantes sino que estos pueden producir e instalar representaciones sociales más o menos novedosas. Siguiendo a Reguillo (2007) podemos decir que el poder de la representación ha sido históricamente un bien en disputa y actualmente los medios han adquirido un lugar de privilegio como escenario simbólico en el cual entran en pugna distintas representaciones sociales.
Efectivamente, las representaciones elaboradas por los medios de comunicación intervienen en la construcción de las representaciones sociales proveyendo discursos, textos, imágenes y narrativas, así como encuadres y marcos cognitivos que juegan un rol en construcción de las subjetividades individuales y sociales e influyen en cómo las personas comprenden la realidad social. (Halpern, Rodríguez y Vázquez, 2012: 220)

Las representaciones sociales de lo femenino en los medios de comunicación

En el año 1980 la ONU reconoció que los medios masivos de comunicación generalmente promovían actitudes basadas en patrones culturales que fomentaban la desigualdad de género y recomendó a los gobiernos analizar el problema y tomar medidas regulatorias para que los medios comiencen a funcionar como agentes integradores. En 1995, durante el Segundo Informe y Evaluación de las Estrategias de Nairobi, se reforzó la idea de que resulta difícil que la sociedad modifique sus representaciones sociales y sus significados culturales mientras los medios de comunicación continúan reproduciendo imágenes pasivas de la feminidad que se asocian con modelos patriarcales: madres, esposas u objetos sexuales (Portillo Cancino y otros; 2009: 1).
Esta problemática ha sido abordada por diversas investigaciones que nos permiten encontrar algunos rasgos comunes en las representaciones sociales de lo femenino que circulan en los medios de comunicación. En primer lugar, podemos hablar de una invisibilización de la mujer en el marco de la esfera pública.
Tuchman (1978) elaboró uno de los más antiguos estudios sobre la representación de las mujeres en los medios en el cual ya figura esta problemática. El término acuñado por Tuchman en esta investigación refieren a la “aniquilación simbólica de las mujeres en los medios” como el proceso por el cual las mujeres casi nunca aparecen como sujetos de acción o protagonistas en las noticias y tampoco se presentan como líderes en ningún ámbito social.
De acuerdo con Vallejo Rubinstein (2005), varios estudios posteriores confirman la hipótesis de Tuchman: la presencia de las mujeres en los medios tiende a ser secundaria en todos los espacios de prestigio social como el laboral, el económico o el científico. Las mujeres no sólo aparecen un menor número de veces que los hombres sino que es particularmente difícil que aparezcan como autoridades o portavoces en las noticias.
Esta primera cuestión se ve reforzada por un segundo problema en la representación de lo femenino que es hegemónica en los medios de comunicación: la mayoría de los estudios sobre las mujeres denuncian que los medios de comunicación refuerzan los estereotipos femeninos asociados con el paradigma patriarcal en lugar de transmitir la imagen plural que se desprende hoy de una mirada a las mujeres reales de nuestras sociedades (Alberdi y Matas, 2002).
Según los datos recogidos en el estudio de Batch y otros (2000) vemos que en la mayoría de los casos, cuando la mujer aparece en los medios, lo hace ocupando un rol de “adorno” o de víctima, en ambos casos acentuando la pasividad de lo femenino. Asimismo, una investigación realizada por el Instituto de la Mujer concluye, en este sentido, que comparadas con los hombres las mujeres representadas en los medios son más jóvenes, más bellas y muy frecuentemente son casadas y sin un trabajo remunerado (Instituto de la Mujer, 2000).
Otros estudios realizados en los últimos años confirman esta doble tendencia a la invisibilidad de la mujer en los medios y a la influencia de estereotipos masculinos en los contenidos de los medios de comunicación (Soriano,J., Canton, M.J. y Díez, M. 2005; Blanco Castilla, E. 2005; García de Cortázar, M. y García de León M.A., 2000; Van Zoonen, L., 1991; Gallego, J., 2000).
En este marco, autoras como Blanca Muñoz llaman la atención sobre el hecho de que los cambios en las relaciones de género y el rol de la mujer en las últimas décadas no ha tenido su correlato en las representaciones simbólicas de la imagen femenina proyectadas por los medios de comunicación:
 “Las representaciones de las mujeres, aún hoy en gran medida, se sustentan en parte en roles de la época pre-industrial, encasillan a las mujeres y a menudo no tienen nada que ver con la realidad ni con la imagen que las mujeres tienen de sí mismas. La presentación sesgada de la realidad que puede suponer la utilización del estereotipo femenino puede contribuir de forma poderosa a la generación de una opinión a priori sobre la relación de géneros y, sobre lo que aún puede ser más preocupante, la evolución de esta relación” (Muñoz, 1997, p.45).

Hemos mencionado ya que los medios de comunicación no se limitan a reproducir las representaciones sociales hegemónicas sino que tienen el poder de crear o dar mayor fuerza a aquellas representaciones que están asociadas a determinados intereses sociales, políticos o económicos. En este marco, el hecho de que la representación social de la mujer en los medios se encuentre abiertamente distorsionada en relación a la realidad actual de la mujer en la vida social, no puede considerarse una casualidad.
“Los discursos de los medios remiten a una práctica discursiva y a una práctica social, a un orden y a unas determinadas relaciones de poder; no reflejan meramente un mundo sexista preexistente, también construyen activamente asimetrías de género dentro de contextos socio-históricos específicos. Así, el discurso de los medios juega un papel de legitimación de la ideología dominante (lo que se considera “esencial” o “normal” en relación con un grupo social), de refuerzo y consolidación del orden social y del estatus global que varones y mujeres tienen en él, así como en la pervivencia de las diferencias sociales, consolidándolas e incluso incrementándolas, y en la puesta en funcionamiento de estructuras y mecanismos de poder” (Jiménez y Vigara: 2002, p.409).

En ese sentido, si bien en los últimos años ha habido un notorio incremento de la representación de las mujeres y los problemas que les afectan en los medios de comunicación, lo cierto es que las representaciones sociales de lo femenino siguen ligadas a paradigmas regresivos y esto influye en que las creencias, actitudes y opiniones culturalmente hegemónicas sobre las mujeres estén hoy por detrás de la realidad de las mujeres (Van Zoonen, 1991, p.258).
“Mientras que los hombres son representados en profesiones consideradas de más estatus social (políticos, deportistas, empresarios) las mujeres son representadas, en la televisión, en primer lugar, como ‘vox populi’ (de cada dos mujeres que son entrevistadas en los telediarios, una pertenece a esta categoría) y en segundo lugar, como estudiantes. Las cifras son claras, mientras que se recogieron intervenciones de los políticos que sumaron una hora, tres minutos y 47 segundos del tiempo total de personas entrevistadas en los telediarios, el tiempo total de intervención de las políticas fueron dos minutos y 54 segundos. Concluimos: las mujeres apenas salen en los medios; y cuando salen, su imagen va asociada a la falta de estatus y poder. Los hombres, por el contrario, son ampliamente representados y sus imágenes son más diversas y abarcan posiciones de más poder” (López Díez, 2002: 28).

Las representaciones sociales de lo femenino en la prensa escrita española

Los estudios realizados hasta el momento sobre las representaciones e imágenes de lo femenino en la prensa escrita española nos permiten sostener que nuestra prensa no se haya exenta de la regla general que hemos mencionado en el apartado anterior para todos los medios de comunicación: nos referimos a la invisibilización de la mujer y la construcción de estereotipos femeninos asociados a la desigualdad de género.
El problema de la “aniquilación simbólica de la mujer” (Tuchman, 1978) aparece ya en el primer estudio realizado sobre esta temática en España, una investigación dirigida por Fagoaga y Secanella y publicada por el Instituto de la Mujer en el año 1984. En esta investigación, centrada en los periódicos españoles de máxima tirada, se comprobó que en la prensa se mostraba un mundo poblado de imágenes masculinas, donde la referencia a las mujeres era muy baja (el 91% de los nombres mencionados eran masculinos) y donde las mismas no eran enfocadas como fuente de información y en muchos casos tampoco eran consideradas como audiencia (Fagoaga y Secanella, 1984).
Posteriormente, durante la década del ’90, se realizaron otras investigaciones en España que nuevamente llamaron la atención sobre la desproporcionada sobre-representación de la presencia masculina en relación con la presencia femenina en la prensa escrita española (Guerra, 1994; Gallego y otros, 1998). En un estudio realizado en el año 1994, por ejemplo, se concluía que la presencia nominal de las mujeres en las secciones políticas de El País, El Mundo y ABC alcanzaba apenas el 6,5% (Guerra, 1994: 12-15). Otro estudio realizado en esa misma época concluye que las noticias aparecidas en la prensa escrita solamente muestran a las mujeres como protagonistas en un 5,3% de los casos (Preciado, 1993).
Por otra parte, estudios posteriores sobre las imágenes de las mujeres en la prensa escrita española nos permiten observar que en este medio se cumple la otra tendencia mencionada anteriormente en relación con los medios de comunicación en general: la conformación y reproducción de estereotipos femeninos ligados a una cultura patriarcal. Las mujeres aparecen en el ámbito privado, doméstico o familiar, asociadas a intereses como el hogar, la familia, la cocina, la moda o la belleza y suelen ser representadas como esposas, hijas o madres, frente a la imagen autónoma del hombre (López Diez et al., 2004).

La violencia de género como noticia


El tratamiento de la violencia de género en los medios de comunicación

Ahora bien, más allá de las representaciones sociales sobre lo femenino y lo masculino que circulan mediáticamente, nos interesa específicamente analizar de qué manera es tematizada la violencia de género en los medios de comunicación. Para encarar este tema, es preciso señalar como primer elemento que el tratamiento de esta problemática ha sufrido notables cambios en las últimas décadas.
Podríamos decir que hasta la década del ’80 el lugar que ocupaban en los medios de comunicación las problemáticas ligadas a la desigualdad de género, y más específicamente a la violencia de género, era muy secundario. Posteriormente, el trabajo de los grupos feministas y la proliferación de organismos vinculados con las problemáticas de género contribuyeron a que se comenzara a visibilizar paulatinamente esta problemática, que fue ganando lugar en los medios de comunicación.
En la década del `90, a raíz del reconocimiento de este fenómeno a nivel mundial, con la Cumbre de la Mujer de Beijing celebrada en 1995, y a partir de la creciente preocupación de los organismos internacionales por esta problemática, la tematización de los casos de violencia de género aumentaron cuantitativamente al tiempo que se profundizaba un poco el nivel de análisis de esta problemática.
No se puede ignorar que, si bien en el tratamiento de la violencia contra las mujeres que realizan los medios de comunicación el sensacionalismo ha estado y está presente, también se han producido cambios significativos. Cuando la prensa empezó a hacerse eco de esta problemática, lo más habitual es (sic) que este tipo de noticias formara parte de las páginas de sucesos -una noticia con un valor mínimo, que ocupaba un lugar insignificante y poco visible-. La descripción del suceso no se pronunciaba respecto a este tipo de agresión –no se hablaba de malos tratos hacia las mujeres-, e incluso predominaban algunas expresiones marcadas por los estereotipos –crimen pasional, celos, locuras, alcoholismo…-. Con ello se fomentaba la percepción de que la mujer provocaba tales agresiones, o éstas encontraban otras justificaciones en enfermedades psicológicas o problemas de drogadicción. A partir de los años ochenta, gracias al trabajo de grupos de mujeres y colectivos feministas, la prensa experimenta ciertos cambios en el tratamiento de esta problemática. Las asociaciones de mujeres, expertas en el tema, son la fuente a la que acuden los medios para captar noticias. La creación del Instituto de la Mujer -y de otros Institutos en las respectivas Comunidades Autónomas-, ayudó a difundir en la prensa escrita la dimensión y relevancia de un problema del que se empezaban a tener estudios más exhaustivos. En la primera mitad de los años noventa las informaciones sobre la violencia hacia las mujeres también pasan a formar parte de revistas y programas de televisión de gran difusión catalogados como “femeninos”; se realizan documentales y monográficos que, basados en la investigación, buscan un tratamiento serio y documentado -pero no por ello la noticia deja de formar parte de los espacios dedicados a los sucesos más sensacionalistas- (Carrillo Flores, 2003: 58).

Es indudable, en este sentido, que la violencia de género ha ganado lugar (cuantitativamente) y también relevancia (cualitativamente) dentro de los medios de comunicación, que de manera aún insuficiente pero progresiva van incorporando dentro de su agenda esta problemática social.
Sin embargo, queda aún pendiente el problema de la construcción de la noticia en los casos de la violencia de género, donde muchas veces aún prevalecen significaciones y representaciones que no permiten dar cuenta de esta problemática en toda su dimensión social y cultural.
Siguiendo a Vallejo Rubinstein (2005), debemos tener en cuenta que el rol de los medios de comunicación respecto a las representaciones sociales de la violencia de género va mucho más allá del hecho de informar de lo que pasa. En la construcción de la información, debido a la selección sistemática que realizan de determinados enfoques, justificaciones, explicaciones y descripciones de las agresiones y sus protagonistas, los medios contribuyen a construir y reproducir –junto a otras estructuras de socialización como la familia o la escuela- determinadas representaciones sociales sobre esta problemática.
En este sentido, en un estudio realizado en 1990, se comprobó que los medios tendían a cubrir principalmente aquellas formas más extremas e infrecuentes de violencia, como el asesinato y la violación por desconocidos, dejando de lado las formas de violencia que tienen un carácter más sistemático y extendido dentro de nuestra sociedad, como la violencia doméstica (Stanko; 1990).
Esta misma tesis reaparece con muchísima frecuencia en estudios realizados posteriormente sobre esta problemática, donde la mayoría de los autores concluyen que el tratamiento cuantitativo y cualitativo sobre los casos de agresión sexual hacia las mujeres en los medios de comunicación conduce a los lectores a concluir erróneamente que la violencia sexual es más frecuente en la calle que en el hogar (Benedict, 1992; Carter y otros, 1998)
Esta situación presenta, a nuestro entender, una doble problemática. Por un lado, construye una representación errónea acerca de la violencia sexual de género, silenciando lo que constituye quizás su expresión más clara como parte de un problema sociocultural: el ejercicio de esta violencia en el ámbito cotidiano, en el núcleo familiar, como parte de una práctica extendida dentro de nuestra sociedad.
Como contracara, refuerza la representación de la calle como lugar de riesgo para lo femenino, sobre-representando proporcionalmente los casos de violencia sexual callejera en relación a los casos de violencia doméstica. En este binomio, los medios de comunicación refuerzan una de las dicotomías más claras de la desigualdad entre los géneros: el ámbito público, la calle, aparece como un lugar de riesgo para lo femenino mientras que el hogar es representado como el ámbito menos peligroso para la mujer.
“Esta dieta diaria de representaciones de aquellas formas más brutales de violencia sexual construye el mundo exterior como lugares altamente peligrosos para mujeres y niñas, en el cual los crímenes sexuales se han convertido en un elemento habitual, asumido de la vida cotidiana” (Carter y otros, 1998, p.231).

De este modo, la cobertura mediática de la violencia sexual de género tiende a aumentar los miedos de las mujeres a salir del ámbito doméstico al mismo tiempo que las deja sin herramientas para enfrentar la violencia que muchas veces sufren en sus propios hogares, dejando impresiones equívocas sobre esta problemática y sobre cómo puede –o no puede- combatirse o manejarse. (Meyers, 1997: 28).
Por otra parte, en las noticias –minoritarias- en las cuales se elaboran noticias acerca de la violencia de género producida en el ámbito familiar o doméstico, en manos de parejas o familiares, también existe una jerarquización de los medios de comunicación que tienden a priorizar los casos de violencia más extrema –como los femicidios- dejando en segundo plano otras expresiones de la violencia de género. Nuevamente, aquellos crímenes más habituales –las agresiones físicas, los malos tratos psicológicos y los abusos sexuales- son sub-representados por los medios de comunicación, que construyen de este modo una imagen distorsionada de la problemática (Benedict, 1992; Meyers, 1997; Carter y otros, 1998).
“Frecuentemente predomina el sensacionalismo de los sucesos más llamativos y se impide una visión realista y adecuada acerca de la realidad de una violencia doméstica que, en la mayoría de los casos, no reviste esas condiciones de espectacularidad que tienen muchos de los sucesos a los que los medios hacen referencia. La mayoría de las veces no se plantean las razones profundas de la violencia y se atiende preferentemente a los detalles escandalosos y morbosos. Y muchas veces el tratamiento que los medios dan a este tema es demasiado superficial”. (Alberdi y Matas, 2002: 255).

A nuestro entender, el mayor problema que tiene este modo de seleccionar y jerarquizar las noticias relacionadas con la violencia de género es que los medios parecen construir una representación que asocia esta violencia a la excepcionalidad, silenciando las manifestaciones menos llamativas y más cotidianas de la violencia que sufren las mujeres. La violencia psíquica o las agresiones físicas de menor gravedad casi no reciben lugar en los medios de comunicación, aunque constituyen las expresiones de violencia de género más extendidas y también las que más claramente manifiestan el carácter social y regular de esta problemática. Intencionalmente o no, esta omisión por parte de los medios de las manifestaciones más cotidianas de la violencia de género contribuyen a la subvaloración e incluso la naturalización de esta problemática.

La violencia de género en la prensa escrita española.

Uno de los antecedentes más importantes a la hora de analizar el tratamiento que se le da a la violencia de género en la prensa escrita española es el trabajo de Fernández Díaz (2003), en el cual se investigan las noticias sobre los casos de violencia sexual hacia las mujeres en siete periódicos importantes de España durante el período que se extiende desde 1989 hasta 1993.
En esta investigación, se concluye que en el corpus de noticias seleccionado predominan una serie de estereotipos y estigmas asociados a la violencia sexual de género que resultan muy problemáticos a la hora de analizar esta problemática social. Concretamente, se señalan como representaciones predominantes las alusiones a la pasividad femenina, la intencionalidad particularidad o pasional (no social) de los delitos de género, la atenuación de la culpa del agresor, la divulgación de aspectos negativos de la víctima, así como la atención sobre los elementos más superficiales de la agresión.
En este sentido, las representaciones asociadas al agresor como una persona hambrienta de sexo, que no puede contener su arrebato emocional, así como el énfasis en el carácter circunstancial de estas agresiones son señalados como los elementos predominantes en el tratamiento de esta problemática en la prensa escrita española (Fernández Díaz, 2003). Del mismo modo, se muestra que en la mayoría de las noticias predomina la idea de que las violaciones no son tanto agresiones sexuales como relaciones sexuales, más o menos forzadas o enfermizas, y se pone énfasis en aquellos rasgos de la víctima que pudieron “fomentar” que exista la agresión.
El hecho de que existan creencias tan extendidas que sugieren que hay un correlato entre la actitud o físico de la víctima y las probabilidades de que sea sexualmente asaltada, o entre la incontención sexual masculina y la violación, pone de manifiesto que pervive la visión del acto de agresión como acto de intercambio sexual (Fernández Díaz, 2003: 88).

Por otra parte, en este estudio también se confirma aquello que habíamos mencionado previamente respecto de los medios de comunicación en general: la prensa escrita española también parece priorizar aquellas representaciones de la violencia sexual de género que tiene lugar en la calle, invisibilizando esa otra violencia, más extendida y persistente, que se da en el ámbito hogareño.
Esta insistencia en la representación del individuo que actúa  en callejones oscuros se desprende de la ideología policial, para la que el orden es siempre público. Y la intimidad se atiene a otro tipo de normativa privada a la que no puede acceder la ley. Hay otra razón para esta omisión y es de carácter práctico: la prensa basa muchas de sus informaciones en datos policiales (denuncias, principalmente), y la mayoría de denuncias aluden a agresiones en lugares públicos y no en la esfera privada, si bien se admite que ha aumentado el número de denuncias que se refieren a la violencia conyugal (Fernández Díaz, 2003: 56).

La otra investigación que resulta de especial interés sobre este tema es el estudio llevado a cabo por Vallejo Rubinstein (2005) en el cual se analiza el tratamiento de las noticias sobre violencia de género en los periódicos El País y El Mundo durante el período 1999-2001. El elemento más importante de este análisis, en comparación con el anterior, está dado por el hecho de que el período analizado es posterior a la aprobación de la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género.
El primer resultado importante de esta investigación es la comprobación de una transformación importante, tanto cuantitativa como cualitativa, en la presencia y el tratamiento de las noticias sobre violencia de género desde la década del `70 hasta la actualidad. Según la investigación esta tendencia general se refuerza a partir de 1997, aumentando progresiva y notablemente la frecuencia de aparición del tema en la prensa escrita española.
Por otra parte, si bien se trata de un fenómeno general, el estudio muestra que la cabecera nacional que más información publica sobre violencia de género es El País, superando a El Mundo año tras año. Esta diferencia no es sólo de carácter cuantitativo, sino que además las características del material publicado difieren notablemente: en El Mundo predominan las noticias sobre hechos violentos mientras que en El País se encuentran más artículos interpretativos que mezclan información con opinión y reflexionan sobre la problemática.
Por otra parte, el autor señala que actualmente en ambos periódicos se ha trascendido la mera noticia para comenzar a tematizar la violencia de género como una problemática social que es preciso abordar y combatir:
 “se puede apreciar una intención denunciadora por parte de la propia prensa, que apunta sistemáticamente a la esfera del debate y la búsqueda de soluciones, aporta cifras y estadísticas, destaca sentencias judiciales controvertidas y rechaza cualquier acción o declaración ostensiblemente machista o legitimadora de la violencia” (Vallejo Rubinstein, 2005: 140).

Esto puede visualizarse especialmente en el aumento de artículos que tratan sobre petición o anuncio de medidas políticas y legales, así como reacciones y reflexiones asociadas a la violencia de género. En este sentido, como señala Fagoaga (1999), el acto violento comienza a ser desplazado paulatinamente por las reacciones sociales que suscita y demanda.
Este cambio de enfoque por el cual la prensa pasa de informar sobre eventos concretos a tratar sobre el problema general se refleja también en una mayor diversidad de géneros periodísticos, que no se limitan ya sólo a noticias y crónicas sino que incluyen columnas de opinión y notas editoriales, además de una presencia mayor de reportajes (Vallejo Rubinstein, 2005: 144).
Sin embargo, la investigación también muestra la recurrencia de ciertas problemáticas en el modo en que la prensa escrita española trabaja las noticias relacionadas con violencia de género. En primer lugar, el autor señala que los medios analizados siguen priorizando las manifestaciones físicas más extremas de la violencia de género (especialmente el femicidio), sub-representando las formas más habituales de agresión e ignorando el resto de problemáticas de la discriminación de género. Las agresiones más habituales contra la mujer sólo ocupan aproximadamente un 20% del total de noticias sobre hechos violentos concretos.
Esta tendencia se ve acentuada por el hecho de que los únicos casos de violencia de género sin muertes que aparecen en la prensa escrita son aquellos cuya espectacularidad o singularidad los diferencia de los abusos cotidianos que sufren la mayoría de mujeres maltratadas (Vallejo Rubinstein, 2005: 145).
Como segundo problema, la investigación arroja que la contextualización de la violencia de género que realizan los medios suele estar ligada a la esfera de la intimidad. En la mayoría de las noticias, el diagnóstico de las causas de la violencia así como la atribución de responsabilidades apuntan exclusivamente al ámbito personal o privado (discusiones, borracheras, celos, etc). Este tratamiento de la noticia tiende a invisibilizar el aspecto social de la problemática y las responsabilidades vinculadas con las representaciones sociales que se reproducen día tras día en diferentes ámbitos. El problema de la violencia de género queda representado entonces como un problema de la persona, la pareja o el hogar donde tuvo lugar el hecho, omitiéndose cualquier debate sobre la responsabilidad pública (Vallejo Rubinstein, 2005: 233-234).
Por último, el autor reconoce el rol que juega actualmente la prensa escrita en la concientización social de la violencia de género. En función del trabajo de campo, la investigación concluye que las noticias reproducen y promueven un debate social que apunta a la búsqueda de soluciones para la violencia de género.
Sin embargo, también se cuestionan los términos en los que se realiza este proceso, en tanto el tratamiento informativo del problema se asocia exclusivamente con objetivos concretos (denuncia y condena de los crímenes, medidas preventivas, leyes, etc.) sin realizar un trabajo sobre las representaciones sociales y la violencia simbólica que actúa como marco para los hechos de violencia directa.
“Las noticias  promueven la visibilización del tema y cuestionan –aunque a título individual- la actuación de algunas instancias institucionales (criticando, por ejemplo, algunas sentencias judiciales), pero no apuntan a cambiar la estructura valórica que sustenta estas actuaciones -valores, creencias y prejuicios-, ni se cuestionan la responsabilidad social colectiva” (Vallejo Rubinstein, 2005: 227).

A nuestro entender, esta es quizás la deuda pendiente sobre la cual aún es necesario trabajar si la prensa escrita quiere contribuir a modificar los patrones asociados a la violencia de género.

1.    La prevención de la violencia de género


Ley Orgánica 1/2004. Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género.

Antes de la promulgación de la Ley Orgánica 1/2004, hubo en España otros avances legislativos en materia de lucha contra la violencia de género, tales como la Ley Orgánica 11/2003, de 29 de septiembre, de Medidas Concretas en Materia de Seguridad Ciudadana, Violencia Doméstica e Integración Social de los Extranjeros; la Ley Orgánica 15/2003, de 25 de noviembre, por la que se modifica la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal, o la Ley 27/2003, de 31 de julio, reguladora de la Orden de Protección de las Víctimas de la Violencia Doméstica; además de las leyes aprobadas por diversas Comunidades Autónomas, dentro de su ámbito competencial. Todas ellas han incidido en distintos ámbitos civiles, penales, sociales o educativos a través de sus respectivas normativas.
Específicamente, La Ley Orgánica 1/2004 tiene por objeto actuar contra la violencia de género que según el Artículo 1 comprende todo acto de violencia física y psicológica, incluidas las agresiones a la libertad sexual, las amenazas, las coacciones o la privación arbitraria de libertad.
Es importante señalar que en la elaboración de esta Ley se explicita que la violencia de género no es un problema que afecte al ámbito privado. Al contrario, la misma es definida como el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad, ya que se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión.
La Ley pretende atender a las recomendaciones de los organismos internacionales en el sentido de proporcionar una respuesta global a la violencia que se ejerce sobre las mujeres. El ámbito de la Ley abarca tanto los aspectos preventivos, educativos, sociales, asistenciales y de atención posterior a las víctimas, como la normativa civil que incide en el ámbito familiar o de convivencia donde principalmente se producen las agresiones, así como el principio de subsidiariedad en las Administraciones Públicas. Igualmente se aborda con decisión la respuesta punitiva que deben recibir todas las manifestaciones de violencia que esta Ley regula.
En este marco, como señala el Artículo 2, a través de esta Ley se articula un conjunto integral de medidas encaminadas a alcanzar los siguientes fines:
a) Fortalecer las medidas de sensibilización ciudadana de prevención, dotando a los poderes públicos de instrumentos eficaces en el ámbito educativo, servicios sociales, sanitario, publicitario y mediático.
b) Consagrar derechos de las mujeres víctimas de violencia de género, exigibles ante las Administraciones Públicas, y así asegurar un acceso rápido, transparente y eficaz a los servicios establecidos al efecto.
c) Reforzar hasta la consecución de los mínimos exigidos por los objetivos de la ley los servicios sociales de información, de atención, de emergencia, de apoyo y de recuperación integral, así como establecer un sistema para la más eficaz coordinación de los servicios ya existentes a nivel municipal y autonómico.
d) Garantizar derechos en el ámbito laboral y funcionarial que concilien los requerimientos de la relación laboral y de empleo público con las circunstancias de aquellas trabajadoras o funcionarias que sufran violencia de género.
e) Garantizar derechos económicos para las mujeres víctimas de violencia de género, con el fin de facilitar su integración social.
f) Establecer un sistema integral de tutela institucional en el que la Administración General del Estado, a través de la Delegación Especial del Gobierno contra la Violencia sobre la Mujer, en colaboración con el Observatorio Estatal de la Violencia sobre la Mujer, impulse la creación de políticas públicas dirigidas a ofrecer tutela a las víctimas de la violencia contemplada en la presente Ley.
g) Fortalecer el marco penal y procesal vigente para asegurar una protección integral, desde las instancias jurisdiccionales, a las víctimas de violencia de género.
h) Coordinar los recursos e instrumentos de todo tipo de los distintos poderes públicos para asegurar la prevención de los hechos de violencia de género y, en su caso, la sanción adecuada a los culpables de los mismos.
i) Promover la colaboración y participación de las entidades, asociaciones y organizaciones que desde la sociedad civil actúan contra la violencia de género.
j) Fomentar la especialización de los colectivos profesionales que intervienen en el proceso de información, atención y protección a las víctimas.
k) Garantizar el principio de transversalidad de las medidas, de manera que en su aplicación se tengan en cuenta las necesidades y demandas específicas de todas las mujeres víctimas de violencia de género.
En este sentido, la violencia de género se enfoca por la Ley de un modo integral y multidisciplinar, empezando por el proceso de socialización y educación, afirmando que la conquista de la igualdad y el respeto a la dignidad humana y la libertad de las personas tienen que ser un objetivo prioritario en todos los niveles de socialización.
En lo que refiere específicamente a los medios de comunicación, la ley establece en su artículo 13 lo siguiente:
1. Las Administraciones Públicas velarán por el cumplimiento estricto de la legislación en lo relativo a la protección y salvaguarda de los derechos fundamentales, con especial atención a la erradicación de conductas favorecedoras de situaciones de desigualdad de las mujeres en todos los medios de comunicación social, de acuerdo con la legislación vigente.
2. La Administración pública promoverá acuerdos de autorregulación que, contando con mecanismos de control preventivo y de resolución extrajudicial de controversias eficaces, contribuyan al cumplimiento de la legislación publicitaria.
Asimismo, en el Artículo 14 se establece que los medios de comunicación fomentarán la protección y salvaguarda de la igualdad entre hombre y mujer, evitando toda discriminación entre ellos. La difusión de informaciones relativas a la violencia sobre la mujer garantizará, con la correspondiente objetividad informativa, la defensa de los derechos humanos, la libertad y dignidad de las mujeres víctimas de violencia y de sus hijos. En particular, se tendrá especial cuidado en el tratamiento gráfico de las informaciones.

Los medios de comunicación y la prevención de la violencia de género.

Podemos definir a la prevención de la violencia de género como cualquier acción, programa, política pública o iniciativa promovida o desarrollada por el Estado o por la sociedad civil, que tiene como propósito evitar que se cometan actos de violencia de género contra las mujeres en razón de su género, en cualesquiera de sus tipos, modalidades o manifestaciones, teniendo como escenario el antes de la perpetración del hecho y como finalidad contribuir a la protección y salvaguarda de los derechos humanos de las mujeres y evitar su afectación mediante la comisión de conductas discriminatorias, delictivas, ilícitas u omisas (Igartúa Méndez y otros, 2012: 35).
Uno de los estudios más completos en lo que refiere a prevención de la violencia de género en el marco de los organismos internacionales puede encontrarse en el “Estudio a Fondo sobre todas las formas de violencia de Género contra la Mujer” elaborado por las Naciones Unidas en el año 2006.
En este documento existe un apartado dedicado a las “Prácticas promisorias en materia de prevención” en el cual se establece una categorización de los tipos de prevención existentes hasta el momento:
“Los esfuerzos de prevención son de tres categorías: primaria –detener la violencia antes de que ocurra; secundaria- dar una inmediata respuesta después de que la violencia haya ocurrido a fin de limitar su extensión y sus consecuencias, y terciaria- brindar atención y apoyo a largo plazo a las mujeres que hayan sufrido actos de violencia” (Naciones Unidas, 2006: 336).
Si prestamos atención a las distintas acciones que se plantea la Ley Orgánica 1/2004 Española veremos que, a grandes rasgos, busca dar respuesta a los tres aspectos asociados con la prevención de la violencia de género.
En lo que refiere específicamente a la prevención primaria, este informe asocia esta tarea al cambio de actitudes y estereotipos sexistas que predominan en la sociedad, así como al empoderamiento político y económico de las mujeres como condición de posibilidad de la superación de su posición subordinada en la sociedad.
A nuestro entender, es en este aspecto específico de la prevención primaria donde los medios de comunicación pueden quizás jugar el rol más importante a nivel social. Es cierto que también pueden colaborar con la prevención secundaria y terciaria socializando información de centros de ayuda y apoyo para las mujeres que sufren o han sufrido violencia de género. Pero su rol como constructores y reproductores de representaciones sociales los sitúa en un lugar de privilegio a la hora de dar respuesta a las estrategias de prevención primaria vinculadas con el cambio de actitudes y estereotipos culturales y sociales hacia los géneros.
En este sentido, los medios de comunicación pueden cumplir un papel muy importante en la prevención de la violencia de género, al menos en tres líneas de intervención:
·        Inhibir y eliminar la producción de contenidos que replican, exacerban y fomentan actitudes, conductas y percepciones estereotipadas de género que discriminan y subordinan a las mujeres
·        Desarrollar contenidos basados en el respecto, la dignidad, la igualdad y el rechazo a todos los tipos y modalidades de violencia de género contra las mujeres.
·        Producir campañas de información, sensibilización y toma de conciencia sobre el tema, promoviendo simultáneamente la participación de la sociedad civil en la vigilancia y observación a los mismos medios de comunicación. (Igartúa Méndez y otros, 2012: 38).

Algunas propuestas para un tratamiento de la violencia de género en la prensa escrita orientado hacia su prevención.

En un dossier elaborado por el Instituto Oficial de Radio y Televisión y por el Instituto de la Mujer se establecen algunas pautas para el manejo de la información sobre violencia de género que, a nuestro entender, pueden contribuir a que la prensa escrita cumpla un rol activo en la prevención de esta problemática (Instituto Oficial de Radio y Televisión - Instituto de la Mujer, 2002).
En primer lugar, se señala que es fundamental eliminar los mensajes que contribuyan a crear estereotipos femeninos discriminatorios y ampliar el campo de representación de la mujer con imágenes positivas que reflejen la auténtica realidad de las mujeres en la sociedad actual.
 Este primer punto nos parece muy importante porque permite comenzar a vislumbrar que la prevención de la violencia de género en los medios es una tarea global, que va mucho más allá de conseguir el enfoque correcto en una noticia sobre maltrato o agresión. Se trata de construir y hacer circular respresentaciones sociales sobre lo femenino que tiendan a desestructurar el paradigma tradicional que postula desigualdades entre los géneros y las presenta como naturales, tendiendo a legitimar las relaciones de dominación de los hombres sobre las mujeres.
En segunda instancia, se plantea la necesidad de realizar un trabajo más reflexivo sobre la problemática cada vez que se trabaja una noticia sobre un acto de violencia contra una mujer, intentando sortear la premura a la que muchas veces se ven sometidos los periodistas por la urgencia informativa. Asimismo, se alienta a combatir la rutinización de la noticia, señalando que la necesidad de síntesis no debe generar la pérdida de matices a la hora de informar sobre las distintas dimensiones de la violencia de género.
Por otra parte, se afirma que es preciso evitar los lugares comunes como punto de encuentro con el lector, puesto que el sentido común sobre la violencia de género muchas veces es justificatorio y contiene contenidos discriminatorios hacia lo femenino que de ningún modo deben reproducirse en la construcción de la noticia.
A su vez, se advierte que la tendencia de la prensa a llamar la atención sobre los aspectos más dramáticos de la violencia de género con el objetivo de buscar la espectacularidad que atrae al lector puede generar, muchas veces, una distorsión del fenómeno real y una pérdida de perspectiva sobre las características reales de la violencia contra las mujeres.
Por otra parte, se señala la necesidad de buscar fuentes adecuadas de información. Se sugiere, en este sentido, contar con personas que, desde organizaciones e instituciones, puedan dar voz a las víctimas con un mensaje que vaya más allá del meramente legal o administrativo y que sepan captar la atención del público. Asimismo, se sugiere no reproducir información judicial o policial de manera irreflexiva, puesto que la misma muchas veces puede estar cargada de representaciones de género estereotipadas.
Otra recomendación consiste en dar información positiva: es necesario que a las noticias sobre la violencia de género se le sumen también aquellas que tienen que ver con iniciativas novedosas para la prevención de esta problemática, las sentencias ejemplares que puedan sentar jurisprudencia sobre el tema, campañas de concientización y todo aquello que contribuya a informar acerca de las soluciones que socialmente se buscan a esta problemática.
Por último, se señala también que en la construcción de las noticias sobre actos de violencia de género es conveniente evitar aquellos datos que pueden dirigir la atención hacia aspectos colaterales de la información, como por ejemplo las condiciones étnicas, culturales, etarias o laborales de quienes protagonizan los hechos (ya sea los agresores o las víctimas) pues muchas veces estos datos ayudan a configurar y en ocasiones a deformar el hecho noticiable.

Conclusiones y sugerencias.


A partir del análisis realizado en el presente trabajo podemos elaborar algunas conclusiones. En primer lugar, consideramos que el rol que los medios de comunicación han cumplido históricamente en la reproducción de la desigualdad de género, mediante la aniquilación simbólica de las mujeres en las noticias y la reproducción de estereotipos de género discriminatorios hacia lo femenino, puede hoy revertirse a tal punto que esos mismos medios pueden pasar a ocupar un rol activo en la prevención de la violencia de género tanto a nivel nacional como internacional.
En efecto, el rol de los mass media como agentes de socialización y su capacidad de construir y transmitir representaciones sociales los sitúa en un lugar de privilegio para combatir la construcción social, cultural y simbólica sobre los géneros que ha funcionado como marco de referencia y fuente de legitimación de la desigualdad y la violencia de género hasta la actualidad.
En España, en los últimos años se ha incrementado notablemente el nivel de reconocimiento institucional de esta problemática y se han tomado diferentes medidas tendientes a combatir y prevenir la violencia de género. La aprobación de la Ley Orgánica 1/2004 constituye quizás el punto de condensación más visible de este proceso social.
En este marco, la información que hemos recabado a partir del análisis de diferentes trabajos de investigación nacionales nos permite señalar que, en lo que respecta a la prensa escrita española, se han producido en los últimos años muchos avances en la forma de tratamiento de las problemáticas de género. Los hechos de violencia contra las mujeres no sólo han cobrado mayor visibilidad y presencia en los periódicos sino que también se ha modificado su abordaje: la proliferación de reportajes, noticias de opinión y columnas en las cuales se aborda esta problemática en general, más allá de cada noticia particular, dan cuenta de esta evolución. En este sentido, la prensa escrita española ha comenzado a jugar un papel en la concientización social sobre este problema.
Sin embargo, para que la prensa escrita pueda desarrollar toda su potencialidad como agente de prevención de la violencia de género en España consideramos necesario avanzar en nuevas transformaciones. En primer lugar, es importante que a la correcta tematización de las noticias sobre violencia de género se le sume un trabajo acerca de las representaciones sociales de lo femenino que se construyen y transmiten en la prensa escrita.
Como hemos visto, la necesidad de eliminar las representaciones discriminatorias y de ampliar las imágenes de lo femenino, brindando una construcción más plural y realista de la mujer como sujeto, resulta fundamental si se busca eliminar la violencia simbólica contra las mujeres que funciona como marco de legitimidad para las demás formas de violencia. 
“Las normas y recomendaciones de las que se pueden proveer las industrias mediáticas y la profesión periodística acerca de cómo tratar el tema de la violencia contra la mujer no afectan exclusivamente a los relatos sobre este tema. Las buenas prácticas, para que sean efectivas, tienen que afecta a las representaciones de los seres humanos, de las mujeres y de los hombres; desde qué imagen se elige para ilustrar un certamen de moda hasta qué adjetivación se utiliza para definir a las mujeres que quieren entrar en empleos o presiones tradicionalmente masculinos” (López Díez, 2002: 28)

Se trata, en concreto, de dar cuenta de las ideas formuladas en la Plataforma de Acción de Beijing en las cuales se propone alentar a los medios de comunicación a que examinen las consecuencias de los estereotipos sexistas, incluidos aquellos que se perpetúan en los anuncios publicitarios que promueven la violencia y las desigualdades de género, para que tomen medidas destinadas a eliminar esas imágenes negativas con miras a promover una sociedad no violenta.
Como señalan Alberdi y Matas (2002), no es suficiente con denunciar el síntoma –la violencia contra las mujeres– sino que los medios deben dejar de contribuir a su desarrollo a través del mantenimiento de los estereotipos de género. Nosotros nos permitimos incluso ir más allá, sugiriendo que la prensa escrita española no sólo puede dejar de reproducir estas representaciones sociales hegemónicas sobre lo femenino y lo masculino sino que puede incluso darse la tarea de combatir los estereotipos.
Por otra parte, en el tratamiento de las noticias sobre violencia de género es necesario comprender que no alcanza con la visibilización de esta problemática a partir de su inclusión en la agenda informativa. Si la prensa escrita pretende contribuir a la prevención de la violencia de género es necesario que comience a tematizar los aspectos ideológicos, culturales y estructurales de este problema. Abandonar el enfoque que mantiene los hechos de violencia dentro del ámbito privado y comenzar a trabajar el aspecto social del problema es el punto de partida de una correcta concientización.
En este sentido, es preciso evitar cualquier lugar común o información colateral que pueda sugerir que existe una responsabilidad de las víctimas de la violencia de género en los actos que ellas mismas padecen.
 “Las noticias son parte del problema de la violencia contra las mujeres si representan a las víctimas como responsables de su propio abuso. Si se preguntan qué ha hecho la mujer para provocar o causar la violencia. Cuando excusan al agresor porque “estaba obsesionado”, “estaba enamorado” o de cualquier otra forma; y en cuarto lugar, cuando representan al agresor como un monstruo o un psicópata mientras ignoran la naturaleza sistemática de la violencia contra las mujeres (Meyers, 1997: 117).

Por eso es importante también que se abandone el criterio de espectacularidad a la hora de seleccionar las noticias vinculadas con la violencia de género para poder comenzar a construir, desde la prensa, una representación de la problemática que se corresponda con la realidad. En este sentido, si la mayoría de los actos de violencia se dan en el ámbito doméstico, y si usualmente se trata de maltratos psicológicos o físicos que no llegan al femicidio, es preciso que los medios muestren esta realidad aún a costa de perder cierto atractivo o impacto inmediato en el lector.
Esto puede profundizarse también si los medios continúan ofreciendo, además de las noticias sobre hechos de violencia, otros géneros informativos (reportajes, crónicas, documentales, artículos de opinión, interpretativos, etc.) que muestren el aspecto social y sistemático de la violencia de género ayudando a la sociedad a tomar una dimensión real de la magnitud del problema.
Por otra parte, como señala López Díez (2008), es preciso que la prensa deje de reproducir la creciente victimización de las mujeres. En la construcción de una noticia, no es lo mismo decir que ha habido 50 mujeres víctimas de la violencia de género que informar que hubo 50 hombres violentos que han agredido a mujeres.  En este sentido, es necesario equilibrar en las noticias la cantidad de información sobre el agresor y sobre la víctima, para evitar sobre-representar el carácter pasivo de quien padece el hecho sobre la responsabilidad activa de quien lo ejecuta.
Por último, coincidimos con Vallejo Rubinstein (2005) en que muchas de estas carencias pueden solucionarse si se comienza a trabajar el tema de la violencia de género en la prensa escrita española desde la especialización periodística, alejándose de los imperativos de inmediatez, facticidad y simplificación que rigen en el periodismo generalista. Para esto es necesario fomentar la formación de redactores especializados que comprendan cómo opera la violencia de género a nivel social en toda su complejidad, para que puedan luego transmitir la información dentro de este marco conceptual y no atendiendo solamente a los aspectos episódicos o llamativos del acontecimiento.
Por último, consideramos fundamental que la prensa recurra en todas las noticias vinculadas a problemáticas de género a fuentes expertas en la temática específica, capaces de señalar la explicación profunda de las causas desde un paradigma que apunte a prevenir la violencia de género y evitar la reproducción de estereotipos. En este sentido, las fuentes tradicionales como la policía, la judicatura o la administración son válidas siempre que se las complemente con fuentes específicas que permitan añadir a los datos concretos aquellas dimensiones sociales y culturales de la problemática que son fundamentales para que la noticia se construya en función de la prevención.






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[1] [In its most recent usage, “gender” seems to have fi rst appeared among American feminists who wanted to insist on the fundamentally social quality of distinctions based on sex. The word denoted a rejection of the biological determinism implicit in the use of such terms as “sex” or “sexual difference” (…) According to this view, women and men were defi ned in terms of one another, and no understanding of either could be achieved by entirely separate study]. 









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